Movimientos suaves, controlando la siembra en el solitario jardín de la ansiedad. Enumerar los errores que jamás conté aproximándome a la razón, sin temor. Aprender así a disfrutar regalos a modo de oración de la pasión que no se quiere borrar ni ocultar. Premio a los sentidos cuando pueden escuchar respirar lo que no se puede tocar, dimensión volando que un día se despegó de la imaginación en los Instantes que no tienen final y se disfrutan los latidos del corazón en toda su integridad. Hacer lo que hago cobra sentido al mezclar realidad y sueño en un deseo fundido. Imagino que aprendo a no ignorar lo que debo cambiar de mí antes de desembarcar en el otro lado, en el que ya, me están observando. La mejor expresión de los viajes elegidos en las noches de eterno invierno, espacio moral aderezado con suaves dosis de temor y predilección entremezclados por igual. Abismos de realidad que se dejan llevar y de los que tienes que aprender, o correr hacia algún lado incierto al que no llegarás jamás. Lejos, el viejo reflejo del espejo a olvidar y, atrapar el adiós al pensar en tus abrazos infinitos, regalando todo sin esperar. Mantener alerta el alma de lo que no hace falta ni esperas. Cimiento del viento que sembró aquel momento, bonita sensación. Pasto cierto en el huerto del hogar en el relato en el que seguramente se me olvida algún dato. Al final, cielo, amaneceres que se quedan con tu nombre por siempre.
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